Cultura general; La 9na sinfonia de Beethoven
El 7 de mayo de 1824, Viena vivía con expectación la que iba a ser la primera aparición pública de Ludwig van Beethoven en doce años. El motivo: el estreno en el Teatro Imperial de su Sinfonía n.º 9 en re menor, op. 125, hoy informalmente conocida como la Novena. Toda Viena sabía que Beethoven, considerado entonces el más grande de los compositores, estaba completamente sordo.
El público que abarrotaba la sala contempló con reverencia cómo se colocaba tras el director de orquesta y seguía el estreno en una copia de la partitura, imaginando en su mente lo que los demás escuchaban. Para él, aquello era posible porque, como explica el profesor de Filosofía y crítico musical Jacobo Zabalo, "la música es matemáticas, es inteligencia. Los músicos del nivel de Beethoven no necesitan oír los sonidos físicamente, los tienen en la cabeza”.
Al finalizar el concierto estallaron los aplausos de un público conmocionado por lo que había visto y escuchado. La Novena era extraordinaria, no solo por su duración y magnitud instrumental, sino porque incorporaba un nuevo elemento: en el último movimiento intervenían cuatro solistas y un coro, que interpretaban el poema Oda a la Alegría, de Friedrich Schiller. Beethoven seguía enfrascado en su partitura cuando la ovación empezó y no reparó en ella, ni en los pañuelos que se agitaban en el aire, hasta que una de las solistas le alertó, tocándole suavemente el brazo. Solo entonces se inclinó y saludó a sus admiradores por última vez.
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